por Haddamin Moulud Said
El Frente POLISARIO, amparado en la Legalidad Internacional que le asiste, acaba de obligar a Ban Ki Moon a prescindir de su Enviado Personal para el Sahara Occidental, el holandés Peter Van Walsum.
El cese de este diplomático holandés refleja el resultado de la colisión que se produce entre los dos vectores dominantes en el conflicto del Sahara Occidental: Legalidad Internacional versus Realpolitik.
Hasta la fecha los miembros permanentes del Consejo de Seguridad no han mostrado mayor interés en solucionar el conflicto debido, fundamentalmente, al exceso de condescendencia que dispensan a Marruecos. Ello ha devenido en la prolongación indefinida de un conflicto cuya sombra se prolonga sobe las fronteras de todo el norte de África, frenando la, hoy utópica, idea de la unión del Maghreb.
Marruecos, por su parte, ha creado el mito de que la independencia del Sahara Occidental constituye una amenaza para su estabilidad. Y ha conseguido introducir ese mito en la mentalidad de las capitales occidentales.
Pero hete aquí que la realidad es bien distinta. Porque si la desmembración de la URSS y la desintegración de Yugoslavia, lejos de generar mayor inestabilidad, han supuesto el acceso de las poblaciones concernías a mayores niveles de libertad, respeto a los derechos humanos y democracia, no cabe duda de que ofrecer a los saharauis la posibilidad de decidir su futuro supondrá un paso más en el anhelo de la libertad, la democracia y los derecho humanos.
La explicación del mito marroquí procede del hecho de que en Marruecos, la independencia del yugo colonial francés ha sido el hecho de mayor impacto social, como también lo ha sido en la de todos los pueblos colonizados. Pero en Marruecos, el trono ha querido –y conseguido- asociar su imagen a ese impacto social y aparecer, ante su opinión pública interna, como el artífice de esa independencia. La situación interna en aquellos años, vista desde todos los puntos de vista posibles, no permitía albergar grandes esperanzas sobre la necesaria cohesión interna en torno al monarca. De hecho, desde el principio, el Rey Hassan II había sufrido varios intentos de asesinato y las convulsiones sociales han sido constantes en Marruecos, hasta la última de Sidi Ifni en agosto de 2008.
Ante tal debilidad de la institución monárquica, la elección del Rey estaba clara: asentar la continuidad de la institución sobre las fronteras exteriores del reino, de modo que las pulsiones sociales durante la independencia tuvieran su continuidad en las interminables reclamaciones territoriales del Rey. Así, el trono, con la esperanza de mantener la cohesión interna, ha creado el mito de las amenazas exteriores a las fronteras del reino. El nombre con que se conoce, en Marruecos, el aniversario del trono es todo un reflejo de estas ideas: “La fiesta del trono y del pueblo”.
De la misma manera en que las colonias americanas de España aprovecharon la invasión de Napoleón para declarar su independencia, la monarquía alawi ha aprovechado la independencia para ligar, ad eternum, su trono a la expansión ilimitada de sus fronteras.
Así, pues, en Marruecos, el trono ha creado y conseguido perpetuar conflictos territoriales en todas sus fronteras. Es el único país del mundo que tiene problemas por los cuatro costados. Al norte, las incesantes reclamaciones territoriales frente a España; al Este con Argelia; al sur con el Sahara Occidental; y al oeste, a falta de fronteras terrestres, reclama la parte del león en la delimitación de las fronteras marítimas con Canarias. Todo ello con tal de mantener la ficción de la lealtad de los súbditos al trono y la cohesión interna. Y como acertadamente ha dicho un periodista de Aljazeera TV, Marruecos no puede estar, eternamente, culpando a sus vecinos de sus problemas internos.
Un Estado, cualquier Estado, al esbozar su política exterior a largo plazo, no puede desconocer sus limitaciones. Y cualquier Estado, en análogas circunstancias, habría puesto punto y final a sus aspiraciones expansionistas y habría pacificado sus fronteras con sus vecinos. Pero en Marruecos, el problema no es del Estado. Es la monarquía la que ha ligado, a perpetuidad, su trono a los conflictos territoriales. La auténtica amenaza al trono procede de la idea de que el día en que desaparezcan los problemas externos, la monarquía se vendrá abajo. Y esa amenaza produce pavor en el trono.
Los constantes virajes de la postura marroquí respecto del Sahara Occidental revelan que no es la supuesta integridad territorial, sino la estabilidad del trono, lo que alimenta la política exterior de Marruecos en cada momento de la historia. Y exactamente lo mismo cabe decir de sus constantes reclamaciones y agresiones a las posesiones españolas. En reiteradas declaraciones oficiales, que en principio vinculan su conducta, Marruecos ha defendido el derecho del pueblo saharaui a la autodeterminación y la independencia. (Conferencia de Adis Abeba en junio 1966, Intervención de su representante en la ONU en octubre de 1966 y octubre de 1973). Pero en 1975, Marruecos cambia de criterio y, en lugar de apoyar el derecho de los saharauis a la autodeterminación, invade su territorio. El 27-09-1983, ante la Asamblea General de la ONU, el propio Hassan II declara que Marruecos acepta y admite el derecho del pueblo saharaui a la autodeterminación y la independencia. Más tarde, bajo los auspicios de NN.UU, Marruecos acepta, en 1991, el Plan de Paz para el Sahara Occidental, basado en la idea del referéndum de autodeterminación. Después de los obstáculos iniciales, J. Baker consigue arrancar de Marruecos su aceptación a la celebración del referéndum. Pero hoy, el joven monarca, cuyo poder sobre las arcaicas estructuras del Majzen es bastante endeble, ha vuelto a las andadas, ora negando el derecho de autodeterminación de los saharauis, ora invadiendo Perejil.
De hecho, la supuesta propuesta de autonomía presentada por Marruecos, que cuenta con mayor apoyo mediático que real, no es más que humo. Tal propuesta no persigue pacificar la frontera sur, sino, sencillamente alargar el conflicto. El más mínimo análisis revela su carácter meramente fantasioso. Para mayor abundamiento, los jugosos análisis del profesor Carlos Ruiz Miguel revelan que es materialmente imposible de llevar a cabo.
Y en un país, como España, cuyos lindes terrestres y marítimos corren el riesgo de ser engullidos por la voracidad territorial del trono alawita, llama la atención la alegría con la que algunas ilustradas mentes de la Universidad Autónoma de Madrid y otros líderes del PSOE, acuden en socorro del delirio de grandeza del trono marroquí, ensalzando las virtudes de una imposible autonomía del Sahara en Marruecos. Porque si después de treinta años de estado autonómico, catalanes y extremeños, no entienden lo mismo por autonomía, qué demonios querrá decir eso en un país como Marruecos.
En ausencia de bulas papales que le reconozcan la soberanía sobre el Sahara Occidental y ante la evidencia de que ningún país del mundo va a reconocer la soberanía de Marruecos sobre el Sahara, si no es en virtud de la aplicación estricta de la legalidad internacional, la inteligentzia occidental debería empujar al trono marroquí a acatar la legalidad internacional.
Afortunadamente, para los saharauis, ni Mohamed VI es Fernando El Católico ni, tampoco, Bernabé López García es el Papa Alejandro VI.
21.09.08
Haddamin Moulud Said, Valencia (España), a 18 de Ramadhan del año XXXV de la creación del F. POLISARIO.
ibnuabirabiaa@yahoo.es
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