Un encuentro fortuito, casual e improvisado. Mi gran amigo Ali Sidahmed, arquitecto de profesión y viejo camarada de la Universidad de Camagüey, es el artífice de organizar esta escapada, una invitación al reencuentro, a recordar momentos felices de nuestra juventud y a conectar con paisajes perdidos.
De pronto mi teléfono móvil suena, su run run me lleva directamente a ver la pantalla y en ella aparece el nombre de Ali, descuelgo y nos intercambiamos efusivos saludos en un ambiente cargado de emociones. Acto seguido me dicta unas instrucciones a seguir: Mañana sobre las 12h te espero frente a la puerta principal del ayuntamiento de Zug. Al día siguiente con una disciplina japonesa acudo a mi cita, siempre entendí que la puntualidad es una de las manifestaciones de respeto hacia la otra persona. A pesar de estar ataviados con un turbante de más de tres metros de largo; los saharauis por instinto nos reconocemos en la distancia. De un Land Rover Pick Up color gris azulado se apea Ali con su caminar pausado y seguro; nos fundimos en un caluroso abrazo, después aparece el Dr. Yahia, otro abrazo y por inercia la letanía de saludos y alabanzas. Reconocerse a través del tiempo y el espacio, conectar con escenas de un pasado que la memoria ha acabado idealizando, y sentirse bien: ese es el poder de la nostalgia. Estos reencuentros fortuitos son una válvula de oxígeno que nos retrotraen en el tiempo a un pasado señorial y brillante.
El Land Rover Pick Up color gris azulado, se pone en marcha, es una bestia de vehículo, es el camello mecánico del desierto. Durante la travesía hemos intercambiado más saludos, hemos platicado de casi todo, opiniones de índole social y político. Somos la historia de una generación – representada por este grupo – que carga con la frustración de no haber hecho cambios profundos en el país, sino lo que trazó la familia y la sociedad. Hemos renunciado a mucho en aras del consenso, no somos una generación escondida. La historia de este grupo de amigos aporta además un contenido axiológico: el valor de la amistad para soportar los embates de la vida.
En el punto de líneas acordado llega nuestro Land Rover Pick Up, allí estaba un turismo marca Mercedes Benz C190, abordo estaban dos chicos, bajaron a saludarnos, ambos dos también estudiaron en Cuba, se llaman Brahim Ergueibi y Lehbib. Después se sumaron dos compañeros más, se trata de Zrug Lula y de Cheibeta.
La comitiva se pone en marcha lenta surcando las dunas del desierto con rumbo al punto de coordenadas fijado. Llegamos a las colinas establecidas, bajamos todos los bártulos, enseres, la jaima y demás utensilios. Se colocaron los dos vehículos todoterreno en líneas paralelas, dejando un ángulo libre entre sí para la colocación de la jaima. Enseguida y por inercia como los mosqueteros de Alejandro Dumas: ¡Uno para todos y todos para uno!; empezamos a montar la jaima, poner la alfombra, fijar con nudos y cuerdas las esquinas de la jaima, encender la leña, preparar el Té, servir unos ricos dátiles, la leche de camella, un cordero listo para sacrificar y un tierno pan casero cocinado en la misma arena.
Hay una riqueza en este grupo a pesar de pertenecer a diferentes generaciones, reina la sintonía y el entendimiento. La riqueza esencial radica en que tienen un común denominador: Todos han estudiado en Cuba. Llama poderosamente la atención la versatilidad del más joven del grupo, no lo conocía, me refiero a Lehbib, es un chaval cargado de energía, tiene una capacidad genética y diestro en todo lo que hace, un joven de los nuevos tiempos: listo, ajustado a su época, un profundo conocedor del desierto y un alquimista.
Se anochece, se ve un cielo limpio y estrellado, sólo reina el silencio y la armonía. Nos servimos la cena y degustamos de un Té al carbón que tiene un saborcito cálido y dulce que dejaba la boca como un algodón húmedo. Salta la tertulia nocturna empezando por hablar de aquellos años lejos de la familia y sin muchos recursos. ¿Cómo era aquella vida? Era una vida sana, nos abruman los recuerdos, los olores, la gratitud. Porque una cosa es la pobreza y otra la escasez. Nosotros no éramos pobres, porque la pobreza surge de la comparación con la riqueza. Digamos, pues, que había escasez en los años que empezó a hacer mella el embargo económico a Cuba. Y eso de la escasez sólo lo aprendes cuando vas por el mundo y te entretienes en examinar y hurgar. Después saltó el tema de la actual crítica situación por la que atraviesa nuestro país, son tiempos difíciles, una clase política inepta que ha degradado los cimientos de la causa, gente que ha creado falsa imagen de una vida construida sobre la simulación, a la caza de la oportunidad. Una máscara moral con que ha vivido mucha gente en algún momento de su existencia: apáticos ideológicos dando lecciones, resentidos que sonríen al mal tiempo, oportunistas feroces vestidos de mansos corderos. Una y otra vez el denominador común es la corrupción y el engaño.
Acaba la conversación y es hora de pernoctar. La noche es infinita, no queremos astillarla. La noche es inoxidable, porque brilla más. La noche es una patria que a todos acoge. La noche en el desierto es una colcha suave, es el beso de una madre, es una musicoterapia que te transporta más allá de los asuntos mundanos que inquietan a la mayoría. Dejando atrás la mortalidad. Es una noche que se conservará como una melodía en un rincón de la memoria.
Y para el broche final a esta aventura, en el vuelo Chárter de regreso a Madrid, la lluvia emocional culminó con el encuentro con otros amigos y amigas de mi promoción: Galia Mustafá, Dra. Lehdia Mohamed Dafa, Mohamed Fdel, Ahmed Careca y Mohamed Nayem. Y para terminar, dejadme que os desee un pletórico año próximo.
ABDALAHI SALAMA MACHNAN.
sah_camaguey99[at]hotmail.com
25.12.22
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