5.1.12

Un individuo adosado al poder

por Larosi Haidar

Tras la operación de Ben-Karat (o Uen-Targat) del 27 de mayo de 1985, la primera batalla de envergadura librada contra el enemigo tras la construcción del Cuarto Muro, empezó el denominado Programa de Verano. Se trataba de machacar, sin tregua, las líneas enemigas mediante el fuego implacable de la artillería pesada mientras se diseñaban los preparativos de una gran batalla capaz de convencer al invasor marroquí de la inutilidad defensiva de los muros. Acabada la contienda de Uen-Targat y sorteado el fuego mortífero de la aviación marroquí, nuestro equipo se puso en marcha hacia el Norte, siguiendo una trayectoria paralela al muro y de manera que todos los contingentes de la soldadesca enemiga recibieran su ración diaria de metralla y trinitrotolueno. Eran tiempos de guerra, duros, polvorientos, en los que el sacrificio por la causa era el pan de cada día; todo el mundo hacía lo que tenía que hacer, convencido y feliz de saberse útil y respetado, digno de lo que hacía con la cabeza bien alta y presto a dejar la vida en la senda de la lucha por la libertad. Eran tiempos de guerra, difíciles, sangrientos, en los que nadie perdía el tiempo en vilezas como quién mandaba, quién era ministro o quién director, y salvo excepciones, por otra parte muy dignas de mención y hasta de una tesis en psiquiatría, todos éramos compañeros y corresponsables de la tarea que teníamos encomendada. Eran tiempos de guerra, arduos, espinosos, en los que la primera y única preocupación era hacer bien nuestro trabajo: convertir en un infierno la vida diaria de las hordas invasoras y hacerlas retroceder más allá del paralelo veintisiete grados cuarenta minutos.
Cuarenta y cinco días después, y tras un hostigamiento artillero ininterrumpido de las posiciones enemigas, alcanzamos el límite oriental del Muro, donde giraba a la izquierda, hacia el Norte, haciéndose más hostil, más imponente debido a la cercanía de la frontera argelina. Elegimos vivaque a pocos kilómetros, en los aledaños de Sabti, y continuamos con la satisfactoria misión de luchar por nuestra tierra invadida. Hostigamiento tras hostigamiento, día y noche, de madrugada y por la tarde, a mediodía y a medianoche, y siempre bajo un calor intenso, sofocante, continuamos. Cierto día de principios de agosto, a eso de las catorce horas, se nos dio la orden de bombardear una de las bases defensivas enemigas más cercanas, base que sería más tarde conocida como “Base del Rincón” debido a que desde ella el Muro enfilaba hacia el Norte y hacia el Oeste, lo que le otorgaba un control visual de la zona endiabladamente molesto. Una vez emplazadas las piezas y realizados todos los preparativos, se nos acercó un “cuatro por cuatro rapado” y aparcó a unos veinte metros del puesto de observación. El número de antenas o “cañas” indicaba que se trataba de un pez gordo. Tras los saludos y un aparte con nuestro jefe, comenzó el duelo artillero. Gracias al ángulo de desplazamiento, más de noventa grados, el reconocimiento enemigo no pudo dar con nosotros y cegar el puesto de observación, con lo que disparados varios tiros de corrección logramos dar de lleno en el centro de la base. La Base del Rincón estaba a nuestra merced, podíamos freírla a cañonazos. Hubo hurras y carcajadas entre los presentes. El pez gordo se me acercó alegre, sonriente y con una cara de satisfacción apenas disimulada. Me estrechó la mano y me dijo con toda naturalidad: “Bien hecho. Ahora envíales veinticinco o treinta obuses, para que aprendan”. Después, volvió adonde había estado parapetado y disfrutó del espectáculo artillero desde la primera fila.
El pez gordo al que he aludido, y al que en su momento saludé con respeto y hasta con cierta admiración, era el Presidente de la República y Secretario General del Frente Polisario. Hoy en día, veintiséis años después, llovido lo llovido y contra todo pronóstico, ese mismo pez gordo que me estrechó la mano en las cercanías de la Base del Rincón, sigue ostentando los mismos cargos y formando los mismos Gobiernos con los mismos collares de siempre. Si en aquel entonces sentía por el compañero respeto y hasta cierta admiración, hoy en día, no puedo decir lo mismo del individuo adosado al poder en el que, desgraciadamente, se ha convertido; y esto, inequívocamente, es síntoma de una dilatada discalculia galopante.
Larosi Haidar
lhaidar[at]ugr.es
Granada, 4 de enero de 2012.

--------------Este texto expresa la opinion del autor y no de los moderadores del foro.
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1 comentario:

SAID dijo...

Un testimonio que emociona cualquier saharaui que siente admiración por los militares saharauis que dieron todo por el sahara.La pena es que no hay hueco en nuestro sistema para estas personas valiosas y comprometidas.
El presidente debería reflexionar mucho para saber de que va por mal camino y que está rodeado de gente inútil.