por Dr: Emboirik Ahmed
La firma del alto al fuego y la aceptación del Plan Baker, colocó a los saharauis en un escenario de guerra de cuarta generación que desplazó el teatro de operaciones de un enfrentamiento directo en el campo de batalla, a un nuevo escenario donde el factor psicológico y la propaganda adquieren el papel principal para conseguir, la mayor parte de las veces a través de campañas sistemáticas de desinformación y manipulación, objetivos de control social, político y militar, sin utilizar la confrontación armada.
En este marco la proliferación de sutiles argumentos que cuestionan la profundidad estratégica del nacionalismo saharaui, pretenden arrastrar el debate a territorios políticos estériles pero siempre peligrosos que nada aportan a la consolidación del proceso de Liberación Nacional Saharaui.
Con este articulo, extraído de un trabajo anterior, pretendo señalar la irreversibilidad de la lucha del pueblo saharaui, que no es un producto tribal ni nació hace escasas décadas. El compromiso activo y sincero debe constituir el alfa y el omega de todo patriota, para llevar a buen puerto esta digna empresa y no entregar a nuestros hijos la incertidumbre como futuro.
La historia de la resistencia anticolonial Saharaui es una expresión del sentimiento de colectividad con un territorio, lengua, religión…, que se reactiva automáticamente ante la existencia de un peligro exterior.
La historia del Sáhara se entiende y explica sin tener que recurrir a simpatías o adhesiones a ningún país extranjero, sea este Marruecos o Mauritania. Existía un pueblo con conciencia de pertenencia y dominio territorial que no estaba en el marco de otro Estado, ni se justifica su existencia por el concurso de agentes exteriores.
Podemos constatar tanto en el año 1970 como años después, con la creación del Frente Polisario, que la respuesta popular de apoyo a esos movimientos no es consecuencia de una ardua, dura, larga y difícil labor de proselitismo, sino que la respuesta en ambos casos fue inmediata, amplia y generalizada, lo cual evidencia que en el Sáhara Occidental, a pesar de estar ocupado sucesivamente por dos potencias extranjeras, el concepto de nación y de nacionalidad propia y diferenciada está profundamente asentado en el pueblo. Cuando afirmamos esto, no negamos la importante labor de las respectivas organizaciones en el encuadre y dirección del proceso, sino señalamos que sin la existencia previa de factores primarios como la etnicidad, la lengua, la religión, el territorio, y factores reactivos en la búsqueda y defensa de la identidad nacional, el proceso se enfrentaría a ciclos temporales diferentes, y no reflejaría la potencia hegemónica del nacionalismo saharaui desde su inicio. La propia ocupación española y la posterior agresión de los países vecinos jugaron un papel en ese asentamiento, consolidando y reavivando el perfil de nación, creando nuevos símbolos que fortalecen aún más sus raíces.
Dominados por una nación extrajera que había definido y trazado los caminos a seguir con una visión y prevalencia de intereses foráneos a cualquier precio, los nacionalistas Saharauis consideraron necesario comenzar a definir un camino nuevo. Al no existir grandes desequilibrios sociales ni profundas distancias económicas, se facilitaba ese tránsito para consolidar la identidad nacional. A diferencia de las sociedades vecinas donde la complejidad social era más evidente, con sus emiratos, sultanatos, cofradías, tribus, el nacionalismo Saharaui se enfrentaba sobre todo a un problema sociopolítico de importancia como el tribalismo, que podía significar un obstáculo real susceptible de ser empleado por el poder colonial al estar bastante arraigado en la mentalidad colectiva. Sin embargo, la lucha por la identidad, en este caso, al no existir esas distancias culturales entre los actores; una sola religión, un único idioma, un solo colonizador, se facilitaba esa lucha ya que todo Saharaui se reconocía en el otro. Sáhara Occidental es para el nacionalismo una realidad única, en su diversidad, que no guarda ningún tipo de analogía con el colonizador. En el despertar de ese nacionalismo de forma organizada, sin que la Administración tuviera conocimiento, se puede apreciar la existencia de elementos de ligazón social preexistentes, muestras de un devenir social de larga duración. Se comienza un largo recorrido partiendo de una identidad sólida y cohesionada que se considera propia y ampliamente compartida, y que por ello no hay que hacer un gran esfuerzo para definirla.
El hecho, además, de ser reivindicada por países vecinos, potencia aún más los mecanismos sociales de autodefensa facilitando y acelerando el proceso de cohesión social y auto identificación, confirmando lo que Enrique Ubieta define como “La lucha política de liberación nacional y la lucha cultural de autoconfirmación nacional”. Esos nuevos síntomas, no significaron una ruptura que diera paso de forma inmediata a una nueva realidad política, pero sí dio sustento suficiente a una nueva forma de contemplar la situación. Es verdad que en el curso de dos generaciones la sociedad nativa “no se había estratificado a través de clases profesionales y gobernantes relacionados con los medios de gobierno y producción”, pero sí se sintieron capaces de elevar sus reivindicaciones y luchar por el autogobierno sin tutela del Estado español como hasta ese momento. El nacionalismo, como reconoce la propia administración española "es prácticamente imposible de detener”.
Desde ese momento la voladura de todos los puentes de diálogo propicia un escenario en donde la presencia colonial constituye un elemento perturbador, en especial para los jóvenes y las mujeres. Se exige que salgan del territorio al considerar que ya disponen de los elementos legales y legítimos necesarios que permiten argumentar, sólidamente, la utilización de métodos no empleados con anterioridad sin que se arriesguen a ser condenados por ello. Todo pueblo colonizado tiene el derecho a utilizar cualquier medio a su alcance para revertir esa situación y acabar con la situación colonial rechazada por las Naciones Unidas.
Se comienza la búsqueda de un proyecto de futuro y de un instrumento capaz de ilusionar a la población y les incite a la acción. Este proyecto, en gran medida, está representado en la negación del colonizador y su cultura, por eso la búsqueda no mira hacia el futuro, donde se puede compartir proyecto con el colonizador, sino hacia el pasado donde se piensa existe una argamasa con la que fundar los cimientos culturales que sean la base de argumentos del presente, capaces de unificar a la población y darles un orgullo diferenciador .Esta fue una fase importante para el movimiento, que tiene que ver con articular el discurso con el que se pretende desafiar al adversario. Es más importante de lo que hasta ese momento la sociología política había creído, pues el discurso es un instrumento para convencer y para incitar a la acción. Si los diferentes eslabones de ese discurso no están bien construidos de manera que conecten con la imagen, anhelos y posibilidades, no hay diagnostico de la realidad a cambiar ni la necesaria dosis de confianza de quien es sujeto del cambio y de la alternativa posible para dar credibilidad a la acción colectiva.
El año 1973 es el año de la síntesis para el nacionalismo saharaui. Se enfrenta abiertamente a los cuestionamientos esenciales de los elementos constitutivos de su situación de subordinación colonial, rompiendo las resignaciones que pretendían amoldar su existencia a un sentimiento de impotencia e irreversibilidad frente al poder colonial. De esa reflexión nace un nuevo sentimiento de autoconfianza que les permite apropiarse de la seguridad política necesaria para pensar desde la propia subjetividad, como una acción y un reencuentro colectivo. Las manifestaciones de rebeldía del pueblo saharaui, muestran al país ocupante la imposibilidad de colonizar esa subjetividad.
El debate excluyente del “ustedes y nosotros” adquiere para los Saharauis una dimensión real porque se adueñan del “nosotros” como un acto de reivindicación política que los iguala a quienes tienen la fuerza material para poseer su tierra y su país. El Saharaui, nunca tuvo dudas sobre sus diferencias con la colonia española, pero ahora se instala en una categoría superior al periodo anterior, al interiorizar y categorizar intelectualmente esta relación. No está de acuerdo con la hegemonía intelectual que impulsa España, que ha empleado a fondo todos sus recursos a través de distintos medios de aculturación.
Se comienza a indagar en el pasado para elaborar un discurso nacionalista con raíces históricas autóctonas, buscando los elementos originales que diferencien la realidad Saharaui de los países limítrofes. Se revaloriza en esos años la lucha de los antepasados contra la penetración colonial y el tipo de organización tradicional que, aunque tenían una base tribal, mantenían su carácter asambleario en la toma de decisiones. Se recuperan todos esos valores tradicionales que ahora pasan a ser argumentos políticos, en un intento de recuperar y reforzar la “personalidad perdida”.
En ese primer periodo de reconstrucción del movimiento nacional, fue prioritario realizar una búsqueda exhaustiva de los valores culturales del pueblo Saharaui que lo identificaban como una entidad, que a pesar de su sincretismo, constituía una entidad única y particular. En definitiva, se buscaba reafirmar y resaltar esa particularidad como un elemento diferenciador que señalara y constituyera los lindes, en el interior de los cuales se reconociera y se protegiera frente al otro, es decir la Administración española, Marruecos y Mauritania . (1)
La música, la poesía, el baile, la vestimenta, las creencias religiosas, en definitiva la cultura Bedan (2), unida al rechazo sistemático de la colonización y sus estructuras, fueron los elementos empleados para crear ese sentimiento de pertenencia, esa mentalidad de comunidad con lazos identificativos compartidos y con un proyecto de unidad que permitía comprender que tener conciencia de la propia cultura era también tener conciencia de la identidad, de la integridad territorial y política del grupo.
Era necesario articular y fortalecer un sentimiento de originalidad cultural, sobre bases nuevas, autóctonas. Retornar a las tradiciones y mecanismos afirmativos de un pasado glorioso e independiente, como negación y rechazo a la subordinación colonial y como llamada a una rebeldía creativa que condujera a una situación natural representada en el Estado Saharaui, ya que se contaba con una uniformidad cultural en el país. Ese proceso de exaltación de los valores culturales propios, diametralmente opuestos a la nación administradora, establece una relación con la lucha misma, porque ese marco general de resistencia, define en gran medida el devenir cultural del grupo, creando una nueva conciencia que, aunque surge de raíces sociales profundas, dan nacimiento a un concepto más amplio de libertad donde los Saharauis interioricen que pueden vencer y que esa victoria los redime de la traumática experiencia de junio de 1970. Se intentaba elaborar un discurso con un nuevo lenguaje cuyas palabras fuesen las raíces históricas del país y cuyos signos de identidad se establecieran tanto “basándose en los rasgos comunes, como en las diferencias perceptibles”. (3)
La lucha por el patrimonio cultural consolida y reafirma el sentimiento de pertenencia de los Saharauis a una comunidad ancestral, estimulando la conciencia de identidad de pueblo con personalidad diferenciada como potenciador de la unidad y la integración. Es por esa razón que se hace necesaria y prioritaria la labor de preservación de los elementos básicos de identidad cultural “que suelen ser los que proporcionan valor para la resistencia o la defensa”. (4)
Este moderno nacionalismo emergente, que se sostiene en origen sobre un pacto basado en la asunción consciente de una herencia común unificadora y la lucha sin cuartel contra la tribu como base de legitimidad del poder político, no acepta la construcción de la nación sobre el concepto tribal de la identidad y, por lo tanto, se deben buscar las bases de una nueva cultura nacional, teniendo en cuenta el pasado, la tradición y los valores consuetudinarios del pueblo Saharaui pero proyectándolos hacia el futuro. En otras palabras, la tradición y los valores del pasado no pueden nunca ser un obstáculo para el avance y el progreso de la nueva nación cuya existencia peligraría gravemente si no se moderniza social, económica, cultural y políticamente. Con esta forma de pensar, rompe moldes antiguos, en busca de una identidad genuina y original, que no es otra cosa que la génesis, el espíritu y el sentimiento nacional en expansión. El desarrollo de los acontecimientos evidencia que los saharauis con su lucha en el año 1970 y sobre todo con la creación del Frente Polisario y el enfoque de su lucha acertaron en la construcción de un marco propio para la acción colectiva.
Uno de los grandes logros del pensamiento y de la acción en empatía con las corrientes liberadoras que atravesaban, en ese momento, el continente africano y el mundo árabe, fue abrir una nueva perspectiva nacional de cuestionamiento y lucha contra la presencia colonial, asumiendo que la construcción nacional no puede tener basamento en los reducidos límites de la tribu, cuyas actitudes condicionadas, conducen a la exclusión del otro y a la pobre voracidad de unos ridículos y caducos linajes que no tienen, en el presente, otra justificación social e histórica que unos ascendentes, muchas veces imaginarios e interesados, reproducidos por el colonialismo y alimentado por sus herederos frente al empuje de un nuevo concepto de ciudadanía, como necesidad histórica irreversible, impuesto por la lucha generacional, la reflexión anticolonial, el progreso, el conocimiento y la praxis política.
El factor Sáhara tiene elementos en sí mismo objetivos que lo gradúan y califican como nación, que no son reconducibles y lo convierten en una unidad autónoma per se más allá de la existencia de cualquier movimiento de emancipación.
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(1) Con este último país, por las similitudes culturales y la historia compartida, esas fronteras se diluían creando simpatías y afinidades que se presumían valores estratégicos en el futuro; quizá por ello, en esos momentos el Polisario no contemplaba en su análisis la posibilidad de alineamiento de Mauritania con Marruecos, máxime cuando la monarquía alauita no había reconocido la soberanía de ese país, sino mucho después de obtenida la independencia.
(2) El espacio de cultura Bedan se extiende por el sur de Gulimin, todo el Sáhara Occidental, Mauritania, parte de de Argelia y parte de Mali.
(3) PANYIN HAGAN, G.: Nkrumah´s Cultural Policy, University of Ghana, 1985, p. 202.
(4) BÁEZ, F.: Historia Universal de la destrucción de los libros, Mondadori, Buenos Aires, 2005, p.73
Dr: Emboirik Ahmed
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29.04.19
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29.4.19
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